Al día siguiente allí aparecía el Eulogio con su caja de
herramientas, de madera, ennegrecida, colgada al hombro con su correa de cuero.
Rápidamente se descargaba e improvisaba su taller en el
patio, a la sombra del parral. Mi madre ya aprovechaba la ocasión para sacarle
el maltrecho lebrillo y cualquier otro cacharro que entendiese merecía ser
reparado.
En el caso del lebrillo, se encaraban bien las partes
rotas del cacharro y se hacían unos taladros pareados en cada una de las partes
de la fisura. Hechos los agujeros se colocaban las grapas de dos en dos
agujeros opuestos y una vez tensadas las lañas se volvía a recomponer la pieza
con la estanqueidad suficiente como para volver a utilizarla como nueva.
Puesta la laña se rellenaba con una especie de cemento
rápido que fabricaba en el momento e iba introduciendo con una varilla en los
agujerillos revistiendo los extremos de la laña. Con el cemento fraguado la
laña se soldaba al barro y el lebrillo quedaba listo para su nuevo uso. Seguir
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