Un
hombre es atrapado por una terrible tormenta de viento y lluvia mientras
atraviesa el desierto. Ciego de rumbo y luchando contra la arena que le lastima
la cara, avanza con gran dificultad tirando de las riendas de su caballo y
controlando de vez en cuando a su perro. De pronto, el cielo ruge y un rayo cae
sobre los tres matándolos instantáneamente.
La
muerte ha sido rápida y tan inesperada que ninguno de ellos se da cuenta, y
siguen avanzando, ahora por otros desiertos, sin notar la diferencia. En el
cielo la tormenta se disipa y rápidamente un sol abrasador empieza a calentar la
arena, haciendo sentir a los caminantes la urgencia de reposo y agua.
Pasan
las horas; nunca anochece. El sol parece eterno y la sed se vuelve
desesperante.
De
pronto el hombre ve, delante, un oasis de agua, palmeras, sombra, y los tres
corren hacia allí.
Al
llegar descubren que el lugar está cercado y que un guardian cuida la entrada
debajo del portal que dice:
“PARAISO”
El
viajero pide permiso para pasar a beber y descansar y el guardia contesta:
-Tú
puedes pasar, desconocido, pero tu caballo y tu perro deben quedar fuera.
-Pero
ellos también tienen sed y además vienen conmigo, dice el hombre.
-Te
entiendo, contesta el guardia, pero éste es el paraiso de los hombres, y aquí no
pueden entrar animales. Lo siento. El hombre mira el agua…y la sombra. Está
agotado y sin embargo…
-Así
no, dice.
Toma
las riendas de su caballo, silba a su perro y sigue andando.
Unas
horas, unos dias o unas semanas más tarde, el grupo encuentra un nuevo oasis. Al
igual que el otro, está rodeado de una cerca, al igual que aquél está custodiado
por un guardia,
Hay
un cartel: “PARAISO”
-Por
favor señor, dice el hombre, necesitamos agua y descanso,
-Claro,
adelante, dice el guardia.
-Es
que yo no entraré sin mi caballo y sin mi perro, advierte el hombre.
-Claro.
A quien se le ocurre. Todos los que llegan son bienvenidos__contesta el
guardia.
El
hombre se lo agradece y los tres corren a hundir su cara en el agua
fresca.
-Pasamos
por otro “Paraiso” antes de llegar aquí, dice el vajero, despues de un rato,
pero no me dejaron entrar con ellos…
-Ah,
si…, dice el guardia. Ese lugar es el infierno.
-Pero
que barbaridad, se queja el hombre, ustedes deberían hacer algo para sacarlos
del camino al Paraiso.
-No,
le aclara e hombre vestido de blanco, en realidad nos hacen un gran servicio.
Ellos evitan que lleguen hasta aquí los que son capaces de abandonar a sus
amigos.
¿Hay
alguien a quién usted ayudaría a esconder un cadáver a media noche sin pedirle
explicación alguna? Bueno… a lo mejor usted no conoce ningún asesino y le cuesta esta
respuesta… pero si que seguramente hay alguien a cerca de quién ha pensado
“Haría cualquier cosa por ayudarle si lo necesitara”. Pues bien, esa persona
podría ser para usted una verdadera amistad. Pero coincidirá conmigo en que las
falsas amistades se esconden entre las verdaderas hasta dar en desenmascararse
en el peor momento.
Dice
el refrán: “Amigo que no es amigo y cuchillo
que no corta, que se pierdan no importa”, pero aun importando poco o
nada- reconocer a un falso amigo -ciertamente fastidia y perjudica o complica
nuestros planes una barbaridad.
Si, lo importante no es cuantas personas conocemos,
sino quién es de entre ellas una amistad real. Pues podemos – por
ejemplo – ver continuamente a alguien, ser incluso familiar suyo, pero no contar
con él: carecer de amistad. Y también existe la amistad pura dentro de algunas
parejas, entre padres e hijos, … otros parientes, compañeros o vecinos.
Cuando la amistad se vive con seres tan
próximos florece como compenetración, ayuda y complicidad real.
Pero
esta valiosa planta de la amistad, entre la que alguna mala hierba se camufla,
cuesta cultivarla. Llegada cierta edad, si tenemos amigos son los que en
justicia nos hemos ganado. Solo son esos pocos, entre la multitud de personas
con las que tratamos, con los que creamos mundos a salvo de comprensión, afecto
y alianza . Una amistad así, es la de quién no necesita aparecer con un muerto a
horas intempestivas para tener claro que:<
- estamos atentos y nos sentimos
atendidos porque hemos tendido un lazo de simpatía estable y
esencial.
- conectamos lo bastante como para comprendernos sin mediar a penas palabras
- mantenemos una relación auténtica ya que cuando estamos juntos actuamos con la
misma confianza que estando en soledad.
- podemos compartir cómodamente el
silencio.
- contamos mutuamente con el otro
como recurso fiel y desinteresado o “amateur”
- disfrutamos de confianza plena e individualidad
combinadas al mantener un
vínculo profundo y libre.
- nos reforzamos mutuamente al repartirnos las penas, y multiplicar las
alegrías con solo compartirlas
- disfrutamos de una sintonía de
sensibilidades incombustible o atemporal.
- en los momentos más duros , en los que carecemos de recursos y la realidad
parece atropellarnos, nos apoyamos con lealtad.
A la vista de lo cual, se comprenderá por qué de
“amigos verdaderos” tenemos pocos: La amistad es una planta que hay que
cultivar con esmero, amor, entrega… y no se puede tratar “extraordinariamente
bien” a una “enorme cantidad de plantas”, aunque sea por falta material de
tiempo. Por eso los amigos verdaderos los contamos con los dedos de una mano y
ello debe alegrarnos.
Paz Torradabella
Esta
es un lección que impartió un profesor de filosofía a sus alumnos:
El
sabio empezó su exposición vaciando un frasco de mayonesa en su mesa y procedió
a llenarlo de pelotas de golf. A continuación, preguntó a su alumnado si veían
el frasco lleno. Todos dijeron que sí.
El
profesor entonces tomó un puñado de canicas y las introdujo meticulosamente en
el frasco. Las bolitas rellenaron los huecos dejados por las bolas de golf.
Quiso saber, de nuevo, si los estudiantes consideraban que el frasco estaba
lleno y éstos no tuvieron más remedio que repetir que sí.
El
maestro entonces cogió una caja de arena y la vació dentro del frasco. La tierra
rellenó los huecos que quedaban. Y, cómo no, repitió la pregunta y los alumnos,
ya perplejos, respondieron al unísono: “Sí, claro”.
No
contento con eso, el erudito extrajo de debajo de su mesa dos tacitas de un
humeante café que fue derramando, poco a poco, en el interior del frasco y,
mientras todo se empapaba del líquido negro, los estudiantes rompieron a
reír.
Apagadas las carcajadas, el profesor lanzó su proclama:
“Este frasco representa la vida. Las pelotas de golf son las cosas importantes,
como la familia, los hijos, la salud, los amigos, todo lo que les apasiona. Son
cosas con las que, aún perdiendo todo lo demás, nuestras vidas aún estarían
llenas. Las canicas, cómo no, son las otras cosas que llenan nuestra
existencia.
Elijan
las que quieran: trabajo, casa, coche… La arena representa el resto. Podríamos
llenar el frasco sólo de arena, pero entonces no quedaría sitio para las pelotas
de golf y las canicas. Si gastamos nuestro tiempo y energía en las cosas
pequeñas, nunca tendremos lugar para las cosas realmente importantes”.
El
maestro sugirió a sus alumnos que se preocupasen primero de las cosas
importantes, de las pelotas de golf. “El resto es sólo arena”. “¿Y qué
representan esas dos tazas de café?”, preguntó un estudiante curioso. “No importa
cuán llena esté tu vida, siempre habrá lugar para tomar un café con un
amigo”.