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Cuando una persona se enamora solo ve bondades en el otro. Aparecen las ganas de construir un futuro a su lado. De descansar cada noche de su mano y de convertirlo en amanecer.
Se construye un hogar y se buscan los hijos. Con tu sangre y la suya.
Un sello de amor incuestionable. Un vínculo de por vida. Pero a golpe de realidad ese amor se destruye y solo queda en pie el amor por los hijos. Porque son tu sangre. Porque cada vez que los miras te ves reflejado en sus ojos.Te ves por dentro. A veces ese amor bondadoso se torna maligno.
Porque
entre adultos ocurre así.
Pero a los niños hay que sacarlos de la ecuación. Los niños son intocables. Los niños no deben sufrir. Los niños nunca deben culpa. Sin embargo, siempre terminan siendo moneda de cambio. El arma perfecta para castigarte por haberme dejado de querer. Por privarme de ser amanecer perpetuo.
Cuántas caretas tiene el maltrato. Con cuántos disfraces nos puede engañar.
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