Pinito del Oro,
María Cristina del Pino Segura, fue una presencia alegre, brillante, luminosa y
coloreada en una España triste, opaca, oscura y gris. Un formato
anatómicamente breve, pero proporcionado; un rostro bonito y una sonrisa clara
en una España ceñuda. Un atuendo sucinto en una España de refajos enlutados y
ojos y espíritus censores. Un traje como de baño, de brillos dorados o
plateados, que refulgían allá arriba, a 16 metros sobre la pista.
Porque Pinito era, sí, trapecista después de debutar, a
los 12 años, como funambulista caminando por el alambre. Inevitable
recurrir al lenguaje popular en el que bailar en el alambre, vivir en el
alambre o colgar del alambre expresa una situación inestable, incierta.
Sustituimos alambre por trapecio y no variará el significado de la frase.
Es difícil no ver a la Pinito funambulista / trapecista
como una metáfora de unas gentes y una época que vivían diariamente en el
alambre. Y de sí misma, porque no se puede estar más en el alambre habiendo
nacido en 1931 en el seno trashumante de un circo regido por un padre y 11
tíos, Los Segura. No cabe mayor precariedad que ser, en ese circo, la
menor de siete hermanos supervivientes de los 19 hijos habidos en el matrimonio
Segura-Gómez.
Pinito, protegida por una madre que deseaba preservarla,
al menos a ella, de una existencia itinerante y azarosa, estaba, sin embargo,
destinada al circo. La muerte de su hermana Esther la obligó a reemplazarla y
la llevó del alambre al trapecio, donde reinaría. Seguir
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