Y en un primer momento —quizá durante algunos meses— todo va bien:
cree que es hermoso haber alcanzado finalmente la vida, se siente feliz. Pero
después, poco a poco, siente también aquí el aburrimiento, también aquí es
siempre lo mismo. Y al final queda un vacío cada vez más inquietante; percibe
cada vez con mayor intensidad que esa vida no es aún la vida; más aún, se da
cuenta de que, continuando de esa forma, la vida se aleja cada vez más. Todo
resulta vacío: también ahora aparece de nuevo la esclavitud de hacer las mismas
cosas. Y al final también el dinero se acaba, y el joven se da cuenta de que su
nivel de vida está por debajo del de los cerdos.
Entonces comienza a
recapacitar y se pregunta si ese era realmente el camino de la vida: una
libertad interpretada como hacer lo que me agrada, vivir sólo para mí; o si, en
cambio, no sería quizá mejor vivir para los demás, contribuir a la construcción
del mundo, al crecimiento de la comunidad humana… Así comienza el nuevo camino,
un camino interior. El muchacho reflexiona y considera todos estos aspectos
nuevos del problema y comienza a ver que era mucho más libre en su casa, siendo
propietario también él, contribuyendo a la construcción de la casa y de la
sociedad en comunión con el Creador, conociendo la finalidad de su vida,
descubriendo el proyecto que Dios tenía para él....
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