“De sangre soy albanesa. De ciudadanía, India. En lo referente
a la fe, soy una monja Católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que
se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús”. De pequeña estatura, firme como una roca
en su fe, a Madre Teresa de Calcuta le fue confiada la misión de proclamar la
sed de amor de Dios por la humanidad, especialmente por los más pobres entre los
pobres. “Dios ama todavía al mundo y
nos envía a ti y a mi para que seamos su amor y su compasión por los
pobres”. Fue un alma llena de la
luz de Cristo, inflamada de amor por Él y ardiendo con un único deseo: “saciar su sed de amor y de
almas” .
Durante los últimos años de su vida, a
pesar de los cada vez más graves problemas de salud, Madre Teresa continuó
dirigiendo su Instituto y respondiendo a las necesidades de los pobres y de la
Iglesia. En 1997 las Hermanas de Madre Teresa contaban casi con 4.000 miembros
y se habían establecido en 610 fundaciones en 123 países del mundo. En marzo de
1997, Madre Teresa bendijo a su recién elegida sucesora como Superiora General
de las Misioneras de la Caridad, llevando a cabo sucesivamente un nuevo viaje
al extranjero. Después de encontrarse por última vez con el Papa Juan Pablo II,
volvió a Calcuta donde transcurrió las últimas semanas de su vida recibiendo a
las personas que acudían a visitarla e instruyendo a sus Hermanas. El 5 de
septiembre, la vida terrena de Madre Teresa llegó a su fin. El Gobierno de
India le concedió el honor de celebrar un funeral de estado y su cuerpo fue
enterrado en la Casa Madre de las Misioneras de la Caridad. Su tumba se
convirtió rápidamente en un lugar de peregrinación y oración para gente de fe y
de extracción social diversa (ricos y pobres indistintamente). Madre Teresa nos
dejó el ejemplo de una fe sólida, de una esperanza invencible y de una caridad
extraordinaria. Su respuesta a la llamada de Jesús, “Ven y sé mi luz”, hizo de ella una Misionera de la Caridad, una
“madre para los pobres”, un símbolo de compasión para el mundo y un testigo
viviente de la sed de amor de Dios.
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