Una parte esencial de la cultura del vino, que emerge en
las primeras civilizaciones, tiene que ver con la celebración, con la ceremonia
de la transformación del fruto, la uva, en el caldo que semanas después se
convierte en ese líquido que ha ido recibiendo diferentes acepciones a lo largo
de la historia: arp, voino, oinos, woino, vinum, vino, entre otras.
A los aledaños de Jerez, la vid llegaría hace alrededor
de 3.000 años, de mano fenicia, para adaptarse con extraña maestría a las
peculiaridades de una tierra y un clima singulares, que también derivarían en
la creación de un vino también singular, el de Jerez, que se ha ido
enriqueciendo y nutriendo al mismo tiempo de lo que es la propia historia de la
ciudad cuyo nombre ostenta con orgullo.
En ese sentido, Jerez comparte con otras zonas
geográficas de todo el mundo el festejo de la vendimia como un símbolo de
producción y recreación de algo nuevo, de nacimiento a partir de lo ya nacido,
de fiesta y tradición por un líquido alimento que se une al concepto de
conmemoración desde su primera gota. Seguir
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