Río Tajo a su paso por la ciudad de Toledo.
El río más extenso de la Península Ibérica agoniza por la
falta de reservas en los pantanos de cabecera y la contaminación a su paso por
Toledo y Talavera.
Un océano de cieno cuarteado por la falta de humedad en
los embalses entre Guadalajara y Cuenca. Una superficie yerta que cruje entre
chopos que han crecido en el mismo sitio que antaño permanecía anegado. Peces
muertos, olores nauseabundos, plagas de insectos, mantas de algas. Espuma en el
tramo medio del río. Estanques varados, urbanizaciones vacías, negocios
cerrados en la cabecera. Y viejos balnearios, como el de La Isabela en Buendía,
emergiendo del fondo del pantano por la escasez de agua. Así yace ahora mismo
el Tajo como consecuencia de los trasvases y de la sequía. El río más extenso
de la Península Ibérica atraviesa su peor crisis, azotado por la merma de
reservas en los pantanos de cabecera y la contaminación a su paso por Aranjuez,
Toledo y Talavera. El delicado estado de salud del que José Luis Sampedro
definió como "el río bravo de Iberia" ha encendido todas las alarmas
en Guadalajara y Cuenca. "No tener agua es la ruina de esta zona. Sin agua
morimos lentamente. Sólo generamos desesperanza y despoblación", asegura a
EL MUNDO Francisco Pérez Torrecilla, alcalde de Sacedón -localidad alcarreña
que ha perdido 400 habitantes durante la última década- y presidente de la
Asociación de Municipios Ribereños de Entrepeñas y Buendía. Seguir
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