Desde Oviedo a Santiago de Compostela, el relato de las
peregrinaciones a la tumba del apóstol Santiago está escrito en piedra:
catedrales, iglesias, capillas, antiguos hospitales, cruceros y mojones del
camino relatan el paso de los miles de hombres y mujeres que acometieron el
trayecto siguiendo el otro camino: el de las estrellas. La memoria de ese largo
viaje está escrita también en las historias que han ido quedado contadas y
escritas en el curso del tiempo. Reales o inventadas, su testimonio perdura con
la misma verdad que las piedras y recordar algunas de ellas acompaña a quien
hoy emprende la ruta jacobea desde cualquier lugar del mundo, Europa o
Asturias, donde comenzó todo.
Ficción y realidad se dan la mano en el origen del Camino para llegar al mismo punto de partida: el 'kilómetro cero' se sitúa en Oviedo y el primer peregrino oficial se dice que fue el Rey Alfonso II El Casto. El prólogo de la historia nos lleva algo más lejos, aunque no tanto si tenemos en cuenta que sucedió dentro de los dominios del reino asturiano. En su confín occidental, en el bosque de Libredón, próximo a Finisterre, recoge la leyenda que un anacoreta llamado Pelayo, en una madrugada del año 813, tras decir misa en la ermita de San Fiz de Solorio, vio iluminarse las estrellas del cielo sobre una colina y corrió a la cercana Iria Flavia para comunicarle el prodigio al obispo Teodomiro. En el lugar señalado por las luminarias se abría una cueva y en su interior un sepulcro de piedra que el prelado no dudó en identificar como el Arca Marmórica, de la que hablaba el 'Breviario de los Apóstoles', un texto latino de en torno al siglo VI, con la primera referencia a Santiago en Hispania. Seguir
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