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domingo, marzo 31, 2024

Autorización para su impresión de la II parte del Quijote. (III)

El 30 de marzo de 1615 Cervantes obtenía autorización para editar la segunda parte de su obra cumbre, El Quijote. Tenía ya sesenta y ocho años y había padecido todos los reveses de la vida. La publicación en 1614 de El Quijote de Avellaneda, una falsa continuación de su novela, le llevó a redoblar esfuerzos para terminar cuanto antes su segunda parte. A Cervantes le dolió este plagio, donde era tachado de viejo y lisiado, pero respondió de forma serena y elegante. «Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, o si mi manquedad hubiese nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, no esperan ver los venideros».

 La segunda parte de El Quijote nada desmerece a la primera, pese a la advertencia del bachiller Sansón Carrasco de que «nunca segundas partes fueron buenas». En ella el caballero andante se muestra más ponderado y su locura se asemeja más a un juego. Don Quijote y su fiel escudero amplían su radio de acción y salen de La Mancha para adentrarse en el valle del Ebro y llegar a tierras catalanas. Cervantes reproduce acaso el agónico viaje que le llevó a Barcelona persiguiendo al conde de Lemos, su mecenas, en un desesperado intento por lograr que le incluyera en su corte de Nápoles, hacia donde embarcaba para ser virrey. Al conde de Lemos le dedicará la segunda parte de su Ingenioso Hidalgo, como también le dedicó aquel desgarrador prólogo de su Persiles, «ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan». Cervantes sentía «el pie ya en el estribo», y se aferraba a la vida, a su trabajo y a la protección de su señor. Seguir

 

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