AGRADECIMIENTO

Se agradece infinitamente a todos los autores de las imágenes empleadas para elaborar estos singulares sellos de ficción porque, sin ellas no hubiese sido posible. Por la complejidad de su elaboración en muchos casos resulta imposible hacer referencia de los mismos. sellosficcion@gmail.com

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domingo, abril 07, 2024

El hojalatero, oficios en extinción.

 -¡Vaya! ¡El lebrillo se ha roto! Tendré que avisar al Eulogio.

Al día siguiente allí aparecía el Eulogio con su caja de herramientas, de madera, ennegrecida, colgada al hombro con su correa de cuero.

Rápidamente se descargaba e improvisaba su taller en el patio, a la sombra del parral. Mi madre ya aprovechaba la ocasión para sacarle el maltrecho lebrillo y cualquier otro cacharro que entendiese merecía ser reparado.

 En ocasiones otros “lañaores” pregonaban su oficio por la calle "el lañaooooor, se arreglan lebrillos, jarrillos, ollas y tinas".

 La laña era como una grapa de hierro o cobre que se utilizaba para unir las partes rotas de algún cacharro de barro, de cerámica o de loza fina como porcelana.

En el caso del lebrillo, se encaraban bien las partes rotas del cacharro y se hacían unos taladros pareados en cada una de las partes de la fisura. Hechos los agujeros se colocaban las grapas de dos en dos agujeros opuestos y una vez tensadas las lañas se volvía a recomponer la pieza con la estanqueidad suficiente como para volver a utilizarla como nueva.

 Los agujeros los hacía con un berbiquí, taladro de mano, usando una broca fina de hierro y con la suficiente profundidad del orificio como para sujetar la grapa pero sin llegar a la parte interna del cacharro, sin atravesarlo completamente.

Puesta la laña se rellenaba con una especie de cemento rápido que fabricaba en el momento e iba introduciendo con una varilla en los agujerillos revistiendo los extremos de la laña. Con el cemento fraguado la laña se soldaba al barro y el lebrillo quedaba listo para su nuevo uso. Seguir

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